Un hombre desaparecido.
Un detective sin blanca.

Un antiguo instrumento cuyas notas abren la puerta a otra dimensión.

Barcelona, 9 de mayo del 2005.  Cacho —detective privado, 30 años— se dirige como cada mañana a su despacho mientras una extraña atmosfera lo impregna todo; como si alguien hubiese derramado por el aire una misteriosa mezcla de Canción triste de Hill Street y Sambuca, de almendras garrapiñadas y de whisky barato; como una burda sensación de fracaso en el estómago, de dolor de pies, de haber perdido el rumbo; como esa maldita soledad que se te clava como un puñal por la espalda.  Un desaparecido: Juan Ramón Jiménez, miembro de la peligrosa logia de Los caballeros del alba gris. Se volatilizó la noche en la que debía recibir el grado máximo de sabiduría. Otro desaparecido: Johnny, el perrito más adorable que te puedas imaginar. Su propietario, el señor, Bernstein, está destrozado. No es un caso aislado: alguien está haciendo cosas terribles a esos animales.   

De la mano de Mañana, su ayudante, Cacho se verá envuelto en una doble investigación que acabará por convertirse en una carrera por salvar sus vidas.   

 

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