La cita que nunca fue

Escribo esto con el corazón encogido. Algunos de vosotros ya lo sabéis, soy escritor y llevo un cierto tiempo tratando de que alguien me haga caso, de que me escuche, de que me dé un consejo. Es un camino difícil, casi imposible, aunque cuando estoy a punto de tirar la toalla, siempre surge de la nada una bocanada de aire fresco, una mano que me saca del agua, que hace que me mantenga a flote.
Os cuento lo que me ha pasado:
Gracias a la generosidad de Juan Maldonado, puede contactar con Enrique Murillo de la editorial Los libros del Lince, en relación con la novela que he escrito: Nunca mires atrás. Este tuvo también la generosidad de leerla y dirigir mis pasos hacia Josep Forment de la editorial Alrevés. Me dijo que Forment, seguramente, estaría interesado en mi obra. Por desgracia no tenía ni su teléfono ni su email, así que yo tenía que espabilarme.
Traté de encontrar el contacto del señor Forment a través de la red, pero me fue imposible. Así pues, solo tenía una opción: presentarme en la editorial con el libro debajo del brazo y tentar a la fortuna. La verdad es que me daba un poco de miedo, pero, finalmente, me armé de valor y el viernes 28 de febrero me presenté allí, así sin más, sin pedir cita, sin nada, solo con el manojo de fotocopias y una vaga convicción de que era lo que tenía que hacer.
Llamé al timbre con la mano temblorosa y, cuando una voz de hombre me respondió, dije que llevaba un paquete para el señor Josep Forment, ni siquiera me atreví a decir novela. La voz me respondió: “Sube, soy yo”.
Creo recordar que trepé por las escaleras para tratar de calmar los nervios, pero sinceramente no me acuerdo; estaba tan asustado que se me nubló la cabeza.  ¿Qué le diría? No soy nadie, pensaba.
Finalmente, llegué al rellano y me abrió la puerta un hombre de aspecto afable que, escudado detrás de unas gafas, resoplaba. “Estamos muy atareados con el libro de textos de Pepe Rubianes”, dijo. Me pareció como si fuera él quien estuviera haciéndolo físicamente. Después me preguntó que qué podía hacer por mí.
Con la boca más seca que recuerdo en mi vida (como si estuviera llena de cortezas de cerdo) le dije que era escritor y que a sugerencia de Enrique Murillo le traía mi manuscrito. Entonces le entregué la novela y una carta redactada a máquina (todavía conservo la mía, una Olympia traveller, para las ocasiones especiales) donde le explicaba todo.
Josep Forment fue muy amable conmigo, me dijo que se leería el manuscrito pasado Sant Jordi (ya que en ese momento le era imposible) y me dio su tarjeta personal. “Si no te digo nada en un par de meses, ponte en contacto conmigo”, me dijo. Yo estaba alucinando.
Nos dimos un apretón de manos a modo de despedida y salí de la editorial bailando una samba, ni en el mejor de los casos hubiese podido esperar tanta amabilidad de alguien que no me conocía.
Al cabo de dos meses, me puse en contacto con él para contarle algunas de mis inquietudes y saber qué le parecía la novela. Después de intercambiar cuatro o cinco correos me dijo que lo mejor sería que quedáramos para charlar y me citó en la plaza del Diamante para el siguiente lunes (30 de junio); aunque unos días después se puso, de nuevo, en contacto conmigo para decir que le era imposible asistir ese día. Así pues, pospusimos dos semanas el encuentro. “A las 12:00 en la puerta del único bar que hay en la plaza”, me escribió.
Fui a la cita muy nervioso, pensado en qué le diría, en cómo trataría de convencerlo de que mi novela es lo mejor que se ha escrito en los últimos diez años, y en sí, realmente, era lícito apabullarle con mis ganas. También pensaba que qué coraje que alguien que no tiene ninguna necesidad acepte quedar con alguien como yo.
Pero no se presentó. Esperé más de una hora. Sin embargo, no llegó nunca.
Cabizbajo me fui para casa, maldiciendo mi suerte.
Le dije a mi novia que me extrañaba mucho, ya que habíamos estado intercambiando correos y era una persona muy formal.
Esta mañana he aporreado su nombre en el teclado y me ha aparecido el siguiente titular: “El editor, traductor y escritor Josep Forment ha fallecido hoy a los 52 años debido a una enfermedad repentina”.
¿Pero de cuándo es ese artículo?
Con el corazón en un puño he mirado la fecha de publicación: miércoles 9 de Julio. Después he consultado ese mismo día en mi agenda. Hay una entrada para las doce del mediodía. Está escrito «J. Forment, plaça del Diamant».
Se me cuaja la sangre.
Por eso no se presentó a la cita, porque no pudo.

Señor Josep Forment, nunca pudimos encontrarnos, nunca pude saber que le parecía mi novela y nunca pude recibir sus consejos. Pienso que la vida es a veces extraña y surrealista, y recuerdo, ahora, esa espera solitaria en el bar de la plaza del Diamante mientras usted luchaba por su vida, o quizás ya no estaba.
Solo quería decirle que su amabilidad e interés fueron muy importantes para mí; una de esas bocanadas de aire fresco.
Muchas gracias.

Artur

2 comentarios

  1. Un texto precioso, Artur.
    Suerte con tu libro!

  2. A mí también se me encogió el corazón cuando lo supe. Tuve la gran suerte de que fuera mi primer editor, antes de él yo estaba como tú, y ahora siento que sigo en el mismo punto. Nos ha dejado un poco huérfanos a todos. Mucha suerte en este camino, es duro pero merece la pena seguirlo. Un abrazo.

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