Mensaje en una botella

Quizás sea que el verano ya ha llegado y con él soles de atardecer como las piruletas de caramelo que hacía mi madre en la sartén. O quizás sea porque las situaciones dramáticas siempre me han gustado. La cuestión es que el otro día hice un descubrimiento por azar en el Museo Marítimo de Barcelona. Estaba vagabundeando entre las vitrinas, cuando me tropecé con una titulada “Mensaje en una botella”. Me acerqué cautamente y, efectivamente, se podía observar una vieja botella verde con una amarillenta cuartilla escrita a mano a su lado. Sorprendente, ¿no les parece? Hay momentos en los que los cuentos de hadas se hacen realidad y, de repente, vivimos en un mundo en el que la gente escribe mensajes y los lanza en botellas al mar. El mensaje en cuestión fue escrito en 1911 y empieza así: Soy el capitán del vapor Abanto, de Bilbao, que hoy se pierde en este maldito temporal. La verdad es que al leer este inicio me recorrió el cuerpo un escalofrío. Me imaginé al capitán, impotente ante la inmensidad de la tormenta -asumido ya que el final era inevitable- y decidiendo escribir unas palabras para la posteridad. Una especie de adiós definitivo. Una última frase en el libro de la existencia, un punto final.
   Me encontraba pues en el Museo pensando todo esto, cuando vino a mi cabeza (azar del subconsciente) un poema de Garcilaso que me enseñaron en la escuela y que cuenta la historia de los amantes Leandro y Hero (se llama como la mermelada). Éstos vivían separados por el mar y él cada noche lo cruzaba a nado para reunirse con ella, que lo guiaba con un farolillo des de la playa. El invento funcionó durante todo el verano, pero al llegar el mal tiempo, una noche los vientos apagaron la luz y Leandro se vio atrapado en las olas. El poema termina precisamente con las últimas palabras de Leandro. Éste no le pide al mar que no se lo engulla, más humildemente, le demanda que le deje llegar a la orilla para poder pasar una última noche con su amada:
 
Pasando el mar Leandro el animoso,
en amoroso fuego todo ardiendo,
esforzó el viento, y fuése embraveciendo
el agua con un ímpetu furioso.
 
Vencido del trabajo presuroso,
 
contrastar a las ondas no pudiendo,
y más del bien que allí perdía muriendo
que de su propia vida congojoso,
 
como pudo esforzó su voz cansada
 
y a las ondas habló desta manera,
mas nunca fué la voz dellas oída:
 
«Ondas, pues no se escusa que yo muera,
 
dejadme allá llegar, y a la tornada
vuestro furor ejecutá en mi vida.»
 
   Nuestro capitán, más modesto y, supongo, apremiado por el temporal, se despide con un escueto “Cuidad mi madre e hijos. Adios amados”. Estas últimas palabras conservadas en la botella, las contemplo como si fueran el licor del corazón de ese hombre, su última voluntad. Espero que alguien las cumpliera.
Pero no hay que entristecerse. Como decía al principio el verano ya está aquí y con él, quien sabe, puede llegar la felicidad en forma de piruleta. Para aquellos Leandros que están solos, les deseo que encuentren un amor que los ilumine como el farolillo de Hera.  Para los que ya lo tengan que lo conserven. Y no se preocupe nadie por la llegada del frío. Entre todos seguiremos desafiando al temporal y cruzando las olas, porque aunque no se vea, en la otra orilla alguien nos sigue esperando cada noche.

Artur R.

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