El ciudadano volátil
En estos días de locura máxima en que los políticos intentan apropiarse continuamente de la ideología y los sentimientos de los ciudadanos catalanes, quiero reivindicar la volatilidad: sepan que la realidad es un poco más compleja de lo que les va bien dilucidar y que la gente no se define de forma meridianamente clara. Ni somos negros como el carbón ni blancos como la nieve. Además, en nuestros infinitos tonos de grises, tampoco nos estamos quietos, qué manía la nuestra. Cada palabra, cada acción, cada interacción que tenemos con nuestros amigos o que oímos o sufrimos en nuestras carnes, nos modifican. Es legítimo. Creo que era Camus, que, pillado en contradicción, reclamaba su derecho a cambiar de opinión. Por eso el 1 de octubre, bajo la lluvia de porrazos y de hostias, mi gris adquirió un tono más oscuro, o más blanco, según se quiera mirar. Igual o peor cala en mí la violencia, la mentira y la provocación del señor Albiol, porque además, él sabe que miente, si no no podría hacerlo tan bien; al igual que Rivera. Sus motivos tendrán. Luego me relajo, hablo de nuevo con mis amigos, me acuerdo de que yo no era indepe y de que más bien me gusta el federalismo; algunos coinciden conmigo, otros me recuerdan que llevamos 30 años intentando la tercera vía; y luego aparece Soraya otra vez y uno piensa en ese PP corrupto y podrido y en que uno esperaría que las nuevas generaciones fueran más demócratas, algo más, siquiera, y, entonces, va y sale Casado. Y alguien te dice que mires de quien son hijos, y reclamo el «derecho a cambiar» también para ellos, pero es que son ellos los que no quieren; y luego me voy por ahí, de noche, y otros amigos me dicen que ya han sacado la pasta de Catalunya, y me cuesta entenderlo, pero luego lo entiendo, pero luego me da rabia, sin embargo no puedo reprochárselo; de todos modos no tengo casi nada; no soy un catalán modélico. ¿Qué voy a sacar? Me hundiré o volaré, y no va a depender de mí. En realidad, soy charnego; hijo de murciana y catalán, de abuelos gallegos por parte de padre. Educado con amor y respeto a dos lenguas y dos culturas. Heredero de un tesoro grandioso. Increíble. Y ¿eso qué significa? Todo y nada. Ahora es ahora. Pero miro a mi alrededor y veo a la Catalunya del «no, y, ¿cómo se te ocurre pensarlo?», y la del «sí, a toda costa». Y no lo entiendo. Y luego me vuelvo a relajar, y sigo pensando que no hace falta romper nada, solo cambiarlo todo, ¿pero cómo con el PP? Pero el PP no es España, aunque lo ensucie todo, aunque nos haga hacer el ridículo manipulando la prensa, como en el 11M, y tengamos que acabar consultado los medios internacionales para saber lo que pasa en nuestro país. Muy triste. Y luego la CUP y Puigdemont y, por favor, no lo alarguen más. Ya no podemos más. ¿Saben a qué están jugando? ¿O están más perdidos que nosotros? Estamos hartos de dar vueltas como una peonza. Los de un lado tirando para su lado, los del otro lado tirando para el otro. Y los de en medio, los míos, tratando de buscar la postura más coherente a nuestras ideas y sentimientos. Y todos asumiendo que eres o como ellos o lo contrario de ellos. Ojalá fuera un indepe puro, o, ojalá quisiera una España inamovible a toda costa. Pero he sido incapaz de poner ninguna bandera en mi balcón. Mierda, ese siempre ha sido mi problema, le doy demasiadas vueltas a las cosas. Y ahora hemos llegado demasiado lejos. Todos. Demasiado lejos… Cuando hace 10 años se presentaba el famoso Estatut en Madrid, el mismo que Zapatero había prometido apoyar, yo estaba en Londres, estudiando, y seguía las noticias a través de Internet. Qué gran cagada, señor Zapatero, qué poca visión de Estado y de futuro; o me corrijo, qué gran miedo le dio cumplir su promesa. Ojalá salga en España algún político que tenga la valentía de afrontar la reforma del estado sin miedo a perder votos. Sería necesario que la gente tuviera la valentía de votarlo también. Toda la gente. O casi toda. No veo otra salida. No sé si es demasiado tarde. Pero la oposición no reacciona. ¿Qué oposición? ¿Qué alternativa? Me voy a tomar algo. Estoy triste porque lo que viene no pinta bien. Seguiré meditando, redefiniendo mi gris en función de las posibilidades. Luchando para que no me engloben donde no pertenezco, para que no se estreche el mundo. Para que, si en un futuro mi hija me pregunta, le pueda decir que lo solucionamos hablando.
Artur R.
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