¿Se cumplen los sueños?

¿Se cumplen los sueños? Cuando alguien hace esta pregunta, siempre me viene a la mente el típico discurso de agradecimiento de un actor recogiendo un premio. O de una deportista levantando un trofeo. En cualquier caso, de alguien que ha llegado a ser el número uno en su disciplina y que suelta el típico sermón: si luchas lo suficiente, lo lograrás y tus sueños se harán realidad. Pero si nos paramos a pensarlo un momento, la cosa no está tan clara; ya que este tipo de sueños es de los que yo llamo «excluyentes».

Hay muchos tipos de sueños. Creo que los podría agrupar en tres grandes grupos.

El primero estaría formado por los sueños que dependen, básicamente, de uno mismo y que no implican a nadie más. Son quizás los más hermosos: soñar con escribir un libro, soñar con correr una maratón, soñar con lanzarte en paracaídas… A menos que exista un impedimento físico, todo el mundo los puede lograr si lo desea realmente.

El segundo tipo de sueños está formado por aquellos que implican a otras personas. Son más difíciles de conseguir porque se introduce un elemento que escapa a nuestro control; o sea, el otro o los otros. Son maravillosos cuando la sincronicidad, el esfuerzo y el azar hacen que se cumplan, pero también tienen un reverso tenebroso cuando la divina providencia deja de ser tan divina. Es fácil caer, entonces, en el «mira lo que me hiciste», «hubiese podido ser feliz, pero por tu culpa soy un desgraciado», «todos están en mi contra»… Son los sueños del tipo «quiero tener hijos», «quiero ligarme a Marta», «quiero que alguien produzca mi película», «que alguien compre mis libros»… Vale la pena apostar por ellos, si es que, muy a lo Lao Tse, somos capaces de desligarnos del resultado.

El último grupo de sueños es el más peligroso de todos. Es el que antes llamaba el de los sueños excluyentes. La cosa consistiría, básicamente, en soñar con ser el número uno en algo; o sea, no «muy bueno» o «de los mejores», sino, solo y únicamente, en ser el número uno. Algo así como ganar un Oscar, o la Bota de Oro, o La voz kids… Es el tipo de sueño patrocinado y alimentado por un modelo de sociedad basado en la competición. Y, como decía Hamlet «ay, there’s the rub». Ahí está el problema. Que alguien sea verdaderamente el número uno en algo implica que (literalmente) millones de personas no lo sean. Por esta razón llamo a estos sueños «excluyentes»: para que se cumplan para mí, no pueden cumplirse para ti. En realidad son un desastre.
¿Quién insiste, pues, en que estos sueños, en primer lugar, se cumplen y, en segundo, que son los que más vale la pena vivir? La respuesta está clara: el ganador y el aparato mediático que le pone un altavoz delante. Pero si el número uno es uno entre diez millones, ¿por qué tomar su ejemplo como norma? ¿Por qué decir que esos sueños se cumplen?

No, los sueños excluyentes, por definición, no se cumplen. O, si se cumplen, es en un porcentaje tan bajo que es casi ofensivo que se ponga el amplificador delante del ganador y se adopte su discurso como norma. Sería como encontrar un grano de arena que no brilla y decir que todos los granos de arena de todas las playas del mundo no brillan. Encuentro, además, obsceno que la persona ganadora normalmente lo achaque todo a su esfuerzo y mérito personales, cuando el intrincado enjambre de azares y talentos variados que ha tenido que darse para que esté allí, son la verdadera causa de su éxito. En este sentido, estoy totalmente de acuerdo con las tesis de Malcom Gladwell y os recomiendo la lectura de su libro Fuera de serie. Nadie puede proponerse ser el número uno y serlo. Es imposible porque no depende solo de él. Pero, claro, como alguien tiene que ser el número uno, la persona que acaba por serlo piensa que eso ha sido así por su empeño. Que ha llegado allí por su mérito y no por sus circunstancias. Que nadie le ha puesto allí. Y esa es la idea que transmite, y la única que nos llega.

En fin, creo que, puestos a soñar, es mejor el sueño por el sueño, el que solo depende de uno mismo y que está desligado de todo; o, si depende de los otros, no tiene como resultado excluir a los demás. Estoy seguro de que esta actitud es la que llevó a los grandes hombres de la antigüedad a realizar las maravillas más hermosas, cuando hacían las cosas tomándose a ellos mismos como punto de referencia y con la idea de la auto superación, cuando todavía no había rankings  mundiales, ni las niñas quería ser Shakira.

Shakespeare ni siquiera se molestó en publicar sus obras.

Artur R.

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