¿Qué pasa con las ONGs?

 
¿Has dado dinero alguna vez? 
   Yo lo hice durante años, a Médicos sin fronteras, y lo sigo haciendo, a Angogerma.
  Normalmente, el motivo que nos llevan a ese acto de generosidad es un planteamiento teórico-emotivo que las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) se encargan de desplegar delante de nuestros ojos. ¿Quién no ha sido detenido alguna vez por la calle por un “captador” que nos pide dinero para algún país Africano?  Sobre el papel, el discurso diseñado por los encargados de marketing y relaciones públicas de la ONG en cuestión, se desarrolla de forma impecable. Se nos pide dinero para ayudar a gente sin recursos que sufre. El planteamiento es efectivo porque es simple.
   La cuestión es que todas esas ideas desarrolladas de manera impecable deben, al fin, llevarse a término por personas concretas que trabajan sobre el terreno. Dichas personas, se mantienen en el anonimato, en el sentido que, nosotros, como miembros donantes de una ONG no tenemos acceso a ellas.  Aún así, la importancia de su trabajo es la que determina, entre otros factores, el éxito o fracaso de un proyecto, ya que, en última instancia son ellas las que lo deben llevar a término in situ.
   Los  cooperantes, o en inglés, expats, son profesionales provenientes del Norte industrializado, que se prestan a trabajar al servicio de ONGs en el Sur del mundo.
   Dichos expatriados deben llevar a cabo su trabajo en el marco de un modelo de ayuda y cooperación internacional que, como es bien sabido, y como expone William Easterly  en su libro The white man’s burden no solo no ha conseguido erradicar los problemas del tercer mundo en cincuenta años, sino que, en algunos casos, ha tenido un efecto negativo. Aun así, esto no impide que dichas  organizaciones se autodefinan como paladinas de los derechos de los últimos y “voz de los pobres”. Los expatriados tienen que confrontarse cada día con esas contradicciones intrínsecas  al trabajo humanitario y seguir desarrollando sus tareas. Aun así, algo falla cuando, en palabras de Easterly:
 
Occidente lleva gastados 2,3 trillones de dólares en ayuda internacional
durante las últimas cinco décadas y todavía no ha sido capaz de hacer llegar
medicinas a doce céntimos la dosis, para prevenir la mitad de las muertes por
malaria en niños. 
En un solo día, el 16 de julio del
2005, las economías Americana y Británica vendieron nueve millones de copias,
del sexto volumen de la serie de libros infantiles Harry Potter, a sus ansiosos
fans. Los libreros reponían de forma continuada las estanterías  al mismo tiempo que los clientes se
hacían con el libro. Amazon y Barnes & Noble enviaron copias  directamente a casa de los clientes que
habían hecho la reserva. No hubo ningún Plan Marshall, ninguna ayuda internacional
para libros sobre niños magos. Es descorazonador que la sociedad globalizada
haya desarrollado una manera extremadamente eficiente de hacer llegar
entretenimiento a niños y adultos ricos, mientras que no puede entregar
medicinas de doce céntimos a niños moribundos pobres”.1
 
   No obstante la gran cantidad de publicaciones dedicadas a ONGs, a la cooperación, al desarrollo o al debate sobre el rol de la ayuda y de sus influencias en la política internacional, existe poco o nada publicado sobre el rol y la identidad de los cooperadores internacionales de las ONGs, los expatriados o expats.
   Si hasta ahora la voz oficial de las ONGs ha llegado al público más amplio, la identidad, y sobre todo la autorepresentación de los expatriados, no ha sido objeto de una investigación profundizada. Poco se sabe, y también poco dejan ver las ONGs del personal expatriado empleado. 
   La búsqueda de dicho personal, por parte de las ONGs, está claramente orientada a un abanico aparentemente restringido de profesionales, pero en el imaginario colectivo el expatriado se imagina como un voluntario que se “sacrifica” por una causa justa y honorada.  
   ¿Quiénes son entonces esos personajes? ¿Cómo se representan a ellos mismos? ¿Son puros e desinteresados amantes de la justicia o simplemente profesionales en búsqueda de una carrera? ¿Modernos mediadores interculturales o personas con una débil identidad cultural y en búsqueda de sí mismos? ¿Ulises modernos con el topos del “cuento del héroe” o desinteresados amantes del prójimo? ¿De qué forma los expatriados se describen a sí mismos y a su trabajo? ¿De dónde vienen? ¿Por qué han sacrificado su statu quo? ¿Cuál es la remuneración por su trabajo y que nivel de vida les permite? ¿Durante cuántos años desarrollan su labor de ayuda? ¿Qué satisfacciones les da? ¿Cómo desarrollan su vida en familia? ¿Cómo se ha transformado su vida social? ¿Qué comen? ¿Dónde duermen? ¿Existe una identidad colectiva del expatriado ONG? ¿Incide la fuerza de la identidad del grupo en la individualidad? ¿Cuál es, en última instancia,  su motivación real?
   Estas son solo algunas cuestiones que nadie se molesta en responder y que, creo, podrían explicar en parte el fracaso de la ayuda humanitaria.
 
Artur R.
  
 

1‘The West spent $2.3 trillion on foreign aid over the last five decades and still had not managed to get twelve cent medicines to children to prevent half of all malaria deaths.  In a single day, on July 16 2005, the American and British economies delivered nine million copies of the sixth volume of the Harry Potter childrens’ book series to eager fans.  Book retailers continually restocked the shelves as customers snatched up the book.  Amazon and Barnes & Noble shipped preordered copies directly to consumers homes. There was no Marshall Plan, no international financing facility for books about underage wizards.  It is heartbreaking that global society has evolved a highly efficient way to get entertainment to rich adults and children, while it can’t get twelve cent medicine to dying poor children.’ William Easterly, The White man’s burden (Oxford University Press, 2006).

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