¿Por qué escribo?
Se trata de una sensación. De una emoción. De conectarme a una fuente, a un río, a un tsunami que se me lleva. Se trata de formar parte de algo más grande que yo. Más grande que yo en el sentido que tengo la sensación de conectar con algo, con una mina, con un lago subterráneo, con el inconsciente colectivo. La sensación es parecida a la de ser un médium: el corazón se acelera, no sé qué sustancia agradable fluye por la sangre, la escritura está viva y me pega un puñetazo en la cara.
Recuerdo perfectamente la primera vez que tuve esa sensación. Fue hace más de veinte años, cuando escribí la sinopsis para una obra de teatro que preparaba con un amigo. Me disponía a escribir la típica sinopsis, cuando de golpe algo se apoderó de mí y empecé a agarrar el bolígrafo con fuerza y a arañar trincheras en la libreta. No estaba escribiendo, estaba transcribiendo, como un chamán, poseído, totalmente embriagado, imposible de parar. Desde entonces no he podido dejar de escribir. No siempre consigo conectar de esta manera, pero cuando lo logro sé que estoy en el buen camino.
Para mí, un libro debe irradiar su propia luz, debe ser un fuego, una manta, una estufa, un cobijo, un abrazo que te acoge, aunque sea para hacerte llorar. Hay libros tan auténticos que te marcan, que te cogen de la mano y te acompañan durante un trozo del camino. Libros que todos recordamos, aunque sean diferentes para cada uno. Yo, por ejemplo, recuerdo cuando y donde leí la primera página de Trópico de Cáncer, o algunos de los poemas de Poeta en Nueva York o La magnitud de la tragedia, o La insoportable levedad del ser. Cada uno tiene los suyos.
¿Que por qué escribo? Para tratar de inscribirme en esa cadena infinita de libros que nos ha ayudado a ser más humanos, como agradecimiento y también como realización personal.
Si puedo aportar un granito de arena a esta locura colectiva que llamamos vida, que así sea.
Artur R.
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