La banda del peruano

Hace unos 15 años, asistí a un ciclo de conferencias que organizaba el CCCB. En una de ellas, el entonces director del suplemento de cultura Babelia (del cual me es imposible recordar el nombre) nos habló de La banda del peruano.
Al parecer, cuando se produce un percance aleatorio en las autopistas, por ejemplo una rueda que revienta inoportunamente y que provoca un accidente mortal; los familiares de los fallecidos no quieren aceptar esa explicación sin sentido. Entonces, es muy habitual que dichos familiares se presenten a la policía insistiendo que tiene que haber un complot y especulan con la existencia de La banda del peruano, un grupo cruel y organizado que se dedica a sabotear los coches en las áreas de servicio. Simplemente, no pueden aceptar la cruda realidad: que la muerte de sus seres queridos no obedece a ningún propósito.
Desde entonces, me muevo entre dos aguas. Y dudo. No estoy seguro de si mi deseo de encontrar un sentido a este mundo absurdo, de pensar que la evolución es algo más que una serie de mutaciones al azar, de que somos seres infinitos de luz (ya veis que he decidido abandonar todo tipo de pudor); si todo eso es cierto, o solo mi propia Banda del peruano.
No es una cuestión fácil de resolver, sobre todo porque, además, cuanto más avanza la ciencia en su descripción del universo, menos comprensible resulta para el ciudadano de a pie. Como dice André Malby: «Desde hace unos trescientos años vivimos una inimaginable aceleración de la frecuencia de los descubrimientos. Pero al mismo tiempo se produce un fenómeno altamente preocupante: la ciencia se ha transformado poco a poco en una especie de para-religión, tan sectaria como las peores que hayan existido en la historia de la humanidad. De ella (la ciencia) ha nacido un estilo de vida, dibujado por las revoluciones tecnológicas, y unas posturas mentales cada vez más sospechosas e intolerantes. Los “dueños” del paradigma científico se comportan como grandes sacerdotes poseedores de todo pensamiento, de todo saber y de todo progreso humano, portándose, frente al resto de la humanidad, con la correspondiente arrogancia
Supongo que, al final, todo se reduce a la necesidad (o capacidad) que tiene el ser humano de dar sentido a lo que le rodea. Ahora recuerdo, a mi profesor de filosofía, Amadeu Ros, diciendo que «si abres un cajón y dentro hay un reloj, alguien tiene que haberlo puesto ahí, ¿no?».

   Entonces, la explicación racional y la explicación irracional-mítica-espiritual tienen como punto de partida el mismo impulso: dar sentido. Y aunque nos han hecho creer que la una es válida y la otra no, quizás no estén tan separadas. De hecho, y aunque casi nunca se mencione, la mayoría de científicos de la historia, han mezclado las dos, empezando por Pitágoras, el fundador de las matemáticas, que era considerado literalmente un semidiós y que creía en la existencia del alma al igual que Descartes, padre de la geometría analítica, que también creía en Dios, como Einstein, Planck, Newton y un infinito, etcétera de científicos y filósofos. Por no hablar de toda la tradición oriental, claro. Y de las experiencias personales de cada persona. Quien haya meditado, o estado en contacto con algún ser especial me entenderá.
Ya puedo notar vuestras risas. Son las mismas que le dedicó la Santa Inquisición de Roma a Galileo Galilei. También le acusaron de haberse inventado su propia Banda del peruano, y de ser un loco. Pero, al fin y al cabo, tenía razón.

    O sea, que quizás sí tenga sentido que alguien muera en un accidente, quizás los accidentes no existen y, quizás, el dogmatismo, venga de donde venga es lo único inaceptable.

Artur R.

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